dilluns, 16 de juny del 2008

“Be evil”: Google y el premio a la censura


A Larry Page y Sergey Brin pueden atribuírseles muchos aciertos. No sólo haber convertido a Google en el buscador de internet que mejor filtra y organiza la incontrolable cantidad de información que existe en la red, sino también haber revolucionado las relaciones entre jefes y empleados hasta convertirse en “la mejor empresa para la que se puede trabajar en EE.UU”. Sus ingenieros deben dedicar un 20 por ciento de su jornada laboral a proyectos que les interesen y en su sede de Sillicon Valley, en Googleplex, los empleados disponen de futbolines, pueden llevarse el perro a la oficina y no tienen por qué vestir corbata. Son muchos aciertos en apenas una década, la vida que tiene esta empresa. Pero, probablemente, los creadores del genial buscador no atinaran hace unos días cuando decidieron cambiar su postura de no aceptar premios y se prestaran a recibir el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. ¿De Humanidades?

Las deliberaciones del Jurado no estuvieron exentas de polémica, pero, finalmente, 15 de los 25 miembros votaron a favor de distinguir a una compañía que aceptó recientemente censurar la versión china de su buscador a cambio de poder hacer negocio. Desde google.cn, los chinos pueden hartarse de usar la aplicación “Voy a tener suerte”, pero jamás la tendrán si pretenden información sobre Tíbet, Tianannmen o Falun Gong, algunos de los términos que Page y Brin bloquearon, tal y como reclamó el Gobierno del gigantesco país asiático. Pero vetar contenidos a 1,3 millones de personas no fue impedimento para que el Jurado subrayara en su acta que Google ha contribuido “de manera decisiva al progreso de los pueblos, por encima de fronteras ideológicas, económicas, lingüísticas o raciales”. Definitivamente, impedir el acceso a información sobre Tíbet no parece la mejor forma de contribuir al “progreso de los pueblos”.

Hasta la edición de 2008, el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades ha recaído en figuras como Indro Montanelli, Ryszard Kapuscinski, Umberto Eco y George Steiner; en equipos de trabajo como las Misiones Españolas en Ruanda y Burundi; y en instituciones como la National Geographic o el British Council. “Persona, equipo de trabajo o institución” son los únicos que pueden recibir el prestigioso galardón, según los propios estatutos de la Fundación. Es difícil encajar a Google en alguna de estas categorías porque, al fin y al cabo, no es otra cosa que una compañía –la más multinacional de la historia, de acuerdo–, pero una compañía que cuenta con un capital bursátil de 85.000 millones de euros. Después del Príncipe de Asturias, por cierto, podrá sumar 50.000 euros más a sus beneficios del último año (4.000 millones de euros) y Sergey Brin lo tendrá más fácil todavía para ser turista espacial en 2011, como desea.

Reporteros sin Fronteras y Amnistía Internacional fueron las entidades que expresaron de forma más enérgica su rechazo a premiar a Google teniendo en cuenta que el buscador borra en su versión china informaciones críticas con este gobierno y que decenas de asociaciones de internautas acusan a la empresa informática de no respetar la privacidad de sus usuarios. Más incisivo fue el presidente de Onda Cero, Javier González Ferrari, que propuso cambiar de nombre al galardón y bautizarlo como Comunicación, Humanidades y Máquina Herramienta. Por ingenioso que sea, González Ferrari sería partidario de ensalzar la aportación de Google a las Humanidades, lo cual no tiene sentido porque impedir la difusión de información no es una “tendencia intelectual o filosófica que tiene por objeto el desarrollo de las cualidades esenciales del hombre”, que es la definición del humanismo, según el diccionario Larousse.

Desdoblar el premio


Hubiera sido fácil que la Fundación Príncipe de Asturias evitara la polémica si hubiera recurrido a la misma decisión que tomó en 1989, cuando acordó desdoblar el premio y otorgó el de Comunicación al pensador Pedro Laín Entralgo y el de Humanidades al Fondo de Cultura Económica. Google reinventó los principios técnicos por los que se regían los buscadores dando prioridad a las páginas en función de los vínculos que éstas tenían y no según la cantidad de veces que la palabra buscada aparecía en ellas. Así, ciertamente, ha contribuido al “acceso generalizado al conocimiento”, tal y como dice el acta de la Fundación. Sólo por eso merecería el Príncipe de Asturias de Comunicación.


Sin embargo, el rigor hubiera aconsejado conceder el de Humanidades, por ejemplo, a la finalista por cuarto año consecutivo, la agencia fotográfica francesa Magnum fundada por el célebre Robert Capa. Tampoco hubiera creado controversia concederlo a Bob Woodward o Manu Leguineche, otros de los ganadores que se quedaron en el camino. Pero no fue suficiente con destapar el “Watergate” ni con ser cronista de los conflictos bélicos más desgarradores del siglo XX. Ninguno de ellos, además, llevaba por lema “Don’t be evil” (“no seas malo”). Que Google tenga estas palabras por eslogan hizo que algunos pensaran que ya, de entrada, una empresa así pueda ser candidata a cualquier premio. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, Kissinger ganó el Nobel de la Paz en 1973 y Vietnam continuaba siendo una carnicería.