El domingo, después de mucho tiempo, decidí ir al cine. Recomendado por una amiga saqué unas entradas para la última película de Isabel Coixet. No he ido mucho al cine últimamente, pero cada vez que voy han subido los precios. Catorce euros por dos butacas más bien descentradas. Seis treinta en unas chucherías y un refresco. Todo suma la friolera de veinte con treinta. Me acomodo pensando en lo precario de mi economía. Pero he venido a desconectar. Se apagan las luces. Cuatro trailers y comienza el espectáculo… o termina.
Elegy es un drama. Y no lo digo por lo que respecta al género, sino al cine en general. El argumento, pendular, gira en torno a la figura de Ben Kingsley, que se debate entre dos mujeres, dos vidas, y dos conceptos: la vejez y la soledad (la infidelidad será causa o consecuencia de las anteriores). Su personaje es lo mejor de la película. Está muy trabajado. Kingsley lo llena de vida y lo hace sumamente creíble. El espectador puede sentir su vejez, su soledad, o su infidelidad. Hacerla suya. El segundo aspecto destacable, positivamente hablando, es la relación que mantiene con el personaje en el que se enfunda Dennis Hopper.
Gracias a ellos la película se aguanta con pinzas. El argumento da “giros esperados”. Los personajes no tienen sentido. Aparecen y desaparecen haciendo de la trama un sindios de traumas, y corazones rotos. No es que no tenga sentido. Es que no atrapa. Y el tempo de la película no ayuda.
Los largos planos en silencio, las conversaciones tediosas, la pausada consecución de los hechos relevantes permiten al espectador relajar los parpados y disfrutar del tercer y último aspecto aprovechable de tan terrible obra: la banda sonora. Esta sí, muy lograda.
Por lo demás, es una película lenta, aburrida. No tiene ritmo. Algunos cinéfilos de nueva escuela se referirán a este aspecto con frases estilo: “para disfrutar del juego de miradas”; o referirán a su “intimismo”. Yo, de pueblo llano, lo único de intimista que veo en Elegy es que parece hecha por Isabel Coixet y para sí misma. Supongo que ella la disfrutará. Y en cuanto al juego de miradas… mejor no sigo.
Coixet tiene seguidores y detractores. Probablemente sus anteriores películas fueran buenas. Esta es extremadamente desaconsejable.
Ah! Una anécdota. Al terminar la película, mientras iba reflexionando sobre la diferencia entre consumir, gastar y tirar el dinero (veinte con treinta), mi acompañante me dijo que en el film aparecía Penélope Cruz. Ante el asombro de mi gesto, mi amiga espetó “si hubieras mirado veinte centímetros más arriba, le habrías visto la cara, habrías sabido quién era, y hasta podrías haber descubierto el juego de miradas”. Si les digo la verdad, durante toda la película me pareció que Kingsley se enamoraba de un jarrón Ming, bello, frío y sumamente inexpresivo.